Nearly 30 years ago, I had the privilege of studying at St. Joseph Seminary in Mountain View. The faculty was primarily composed of Sulpician priests, many of whom had taught at St. Mary’s Seminary in Baltimore. Among them was one particularly demanding professor—an expert in classical Greek philosophy, especially Plato—who taught a course on human nature and its foundations in Western philosophy.
Though he never said it directly, it was clear he wasn’t especially fond of California. He maintained a strict and formal classroom atmosphere, expecting the same formality from his students. Brilliant and rigorous, he quickly became known as one of the most challenging professors on campus.
Writing was the primary method of assessment in his class. He graded papers with precision, and more often than not, his feedback was disheartening. Only a select few students managed to capture the philosophical depth he expected.
Hace casi 30 años, tuve el privilegio de estudiar en el Seminario de San José en Mountain View. El profesorado estaba compuesto principalmente por sacerdotes sulpicianos, muchos de los cuales habían enseñado en el Seminario de Santa María en Baltimore. Entre ellos había un profesor particularmente exigente, experto en filosofía griega clásica, especialmente Platón, que impartía un curso sobre la naturaleza humana y sus fundamentos en la filosofía occidental.
Aunque nunca lo dijo directamente, era evidente que no sentía una gran simpatía por California. Mantenía un ambiente de clase estricto y formal, esperando la misma formalidad de sus alumnos. Brillante y riguroso, rápidamente se convirtió en uno de los profesores más exigentes del campus.
La escritura era el principal método de evaluación en su clase. Calificaba los trabajos con precisión y, en la mayoría de los casos, sus comentarios eran desalentadores. Solo unos pocos estudiantes lograron captar la profundidad filosófica que él esperaba.